viernes, 26 de abril de 2013

Relatos de un pescador afortunado: UN PUNTAL EN PEDORNES



                                                   UN PUNTAL EN PEDORNES
                                                                31-10-1997

     Conocí a mi acompañante en la armería Atlántica, era pecador aficionado como yo, comencé con él una típica conversación de pesca. Me dijo que llevaba muchos años pescando, y que, por desgracia, aún no había cumplido el sueño de pescar un robalo (en nuestro argot significaba una lubina de más de cuatro quilos, mas tarde con el paso de los años al hacerse mas difícil su captura, se rebajó a tres quilos), el hombre se lamentaba de su mala suerte, pues, según me comentaba, a lo largo de su vida de pescador, había acumulado cientos de lubinas pero ninguna considerada robalo, después de haberlo intentado durante mas de veinte años. Como él conocí a otros que me confesaron esa misma frustración, yo le comenté que la pesca de un robalo tiene un componente grande de intuición de cuando y como, y también de fortuna, yo no me consideraba un pescador demasiado experto ya que seguía aprendiendo todos los días, sobre todo analizando el como y el porqué de las experiencias vividas después de cada jornada de pesca, y cuando me quedaban dudas nunca dejaba de consultar pidiendo su opinión sobre un hecho en concreto a un pescador mas experto. Lo cierto es que en los cinco años que llevaba pescando en la costa ya había tenido la inmensa fortuna de disfrutar con la captura de varios robalos de más de cuatro quilos, me vio con asombro y me dijo que nunca había oído hablar de mí, que no era nada conocido y que cuando un pescador señalaba un pescado de tal categoría, lo primero que hacía era darle publicidad e incluso exponía fotografías como prueba en las armerías, que en ellas no había rastro de mí y mis robalos, le contesté que yo pescaba para mí y no pensando en lo que dirían de mí los demás, cada uno sabe las suyas y Dios las de todos, que yo me alegraba mucho de los éxitos de los demás, pero que más me alegraba de los míos y que francamente no necesitaba auto complacerme. Que a mí lo que me gustaba era la acción y que ya tendría tiempo cuando llegara a viejo para verme el ombligo y vivir de los recuerdos. Que justo al salir de allí me iba para Santa María de Oía para pasar una agradable tarde de pesca, ya que era víspera de cambio de fase lunar y a partir de las siete de la tarde, la marea me permitía visitar un “puntal” al que yo le tenía mucha fe, el hombre acabó diciéndome si podía acompañarme esa tarde y yo acabé aceptando, y allá nos encaminamos.

     Lo que más me sorprendió fue, que un pescador con más de veinte años de experiencia, nunca había visitado la zona en concreto a donde nos dirigíamos. El mar es muy grande, pensé.

     Cuando llegamos a Oia el mar tenía el punto ideal tal como yo preveía. No “tiraba” demasiado, pero sí lo suficiente para despertar mi interés, cruzamos unos campos delimitados por pequeños muros de piedra y accedimos a la zona del “puntal”. La marea estaba bajando y todavía la postura no era accesible, pues una fuerte corriente de agua que se movía con el vai-ven de las olas hacía peligroso el paso, tocaba esperar, sabía que en menos de media hora tendríamos la posibilidad de acceder sin peligro, pero mi acompañante arriesgándose innecesariamente lo intentó y pasó, aún a riesgo de sufrir un accidente, empezaba a arrepentirme de haberlo traído conmigo, no me pareció normal su comportamiento, me animó a que hiciera lo mismo, pero yo nunca asumo un riesgo de forma gratuita, esperé. Mi acompañante cuando yo accedí había pescado una buena lubina de cerca de dos quilos, comencé a “varear” con un “rapala original de 18 cm.” por la derecha, él estaba situado a la izquierda viendo hacia el monasterio y volvió a señalar otro pescado y a gritar ayuda, según él era un robalo, intenté serenarlo pues se puso muy nervioso, cuando por fin lo aproximó a tierra por la forma en que lo hizo me imaginé que era una buena lubina, pero no un robalo, le eché la mano y se la puse a sus pies, era prácticamente gemela de la anterior, el “rapala” lo tenía clavado en la comisura de la boca y uno de los otros “triples” en un lateral, esto explicaba la dificultad para aproximarlo. Mientras él trataba de soltar la lubina yo seguí “vareando”, pronto sentí una descomunal picada, el carrete cedía sedal viéndome obligado a apretar el regulador, pensé para mi que este si que era un señor robalo, desbloqueé el freno y me dispuse a trabajarlo con mimo para rebajarle la fuerza y después acercarlo con firmeza para no darle opción a desarmarme. Avisé a mi acompañante, que no se había enterado de la situación, le pedí que estuviera atento para que cuando lo arrimara bajara a por el, pero en vez de eso se puso a darme consejos, como que tirara rápido del animal, pero este estaba muy entero y tenía una gran fortaleza todavía, yo opté por cansarlo un rato antes de enfilarlo, no acabó de entender que aquello no era una lubina normal, continuamente me rompía la cabeza con consejos y comentarios que no venían a cuento. Yo daba todo por bueno, siempre que el lance terminara bien, cuando noté que el animal daba muestras de debilidad y obligándolo venía hacia tierra sin cabecear, comencé a tirar con firmeza para acercarlo cuanto antes, y ahí si se comportó mi acompañante, bajó cuando yo se lo indiqué y me ayudó a sacarlo.

      El animal era un señor robalo, andaba por los cinco quilos de peso, aunque mi acompañante decía que superaba los seis, se notaba su falta de costumbre de lidiar con animales así.


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