sábado, 25 de mayo de 2013

Relatos de un pescador afortunado: LAS NUEVE DEL CANAL EN SAIANS


                                                LAS NUEVE DEL CANAL EN SAIANS
                                                                     4-06-1999

     Aquella tarde de junio salí de casa con la intención de visitar “La Grande de Monteferro”. Las condiciones se prestaban para hacerle una visita a mi postura más prolífica. Enfilé hacia allí con optimismo, pues ya había visto el mar al pasar por Canido y su forma de romper confirmó todos mis pronósticos. No me apuré demasiado para llegar, la marea aunque estaba subiendo necesitaba de algún tiempo más para cumplir con el último de los condicionantes. Cuando llegué eran casi las siete de la tarde y aún faltaba un rato para que la altura del agua me permitiera el uso de los “rapalas” sin el incordio de las algas, que en ese tiempo estaban completamente desarrolladas. Me asomé a la atalaya para confirmar lo que yo intuía; todos los condicionantes eran los adecuados, pero aquel día tenía un imprevisto, un joven  pescador inexperto tenía machacada la “postura” desde hacía ya un par de horas. Estuve observándolo un rato antes de bajar, empleaba “chivos” y cucharas con un sedal de grosor desaforado, tenía una lubina de tamaño medio ya muerta que indicaba más o menos el tiempo que él allí llevaba. Al ver la situación me volví sobre mis pasos y ya ni siquiera saqué la caña, la “postura” estaba más que “tocada y retocada”, aquello para mí ya no valía.

     Durante el camino de vuelta, pensé en las alternativas que se me ofrecían y decidí que por la altura de la marea, un canal situado cerca de la playa del Portiño era la alternativa ideal para intentarlo. Me desplacé hasta allí, y por suerte no había nadie en él, pero no muy lejos, a unos treinta metros a la izquierda había alguien “vareando”. Bajé el acantilado por el sendero del cañaveral hasta una piedra de aristas suaves pero profundas e incomodas. Entre esta y otra que está por frente discurre el canal en dirección Norte-Sur. Allí ya había pescado tiempo atrás alguna buena pieza, pero nunca sobrepasé el par, aquella vez iba a ser distinto.

     El mar rompía bien, me permitía emplear mi “rapala” favorita, la “Original flotante de dieciocho cm.”, que simulaba con inusual perfección el nadar de un pequeño mújel (lisa). Lancé con confianza a pesar de la relativa estrechez del canal; una ligera brisa me daba de espaldas ayudándome a dirigir el señuelo hasta más allá de la entrada del canal; al contacto con el agua recogí con rapidez, quería que profundizase lo más posible y simular la entrada de un pequeño y aterrorizado mújel buscando refugio en las piedras y, justo cuando penetraba en el canal, una monumental picada me lo frenó en seco; tiré del pez sin contemplaciones, pues si no lo enfilaba al interior del canal lo perdía con toda seguridad, ya que entre las piedras y las olas que revolvían por fuera, hacían muy difícil el control del animal. Logré meterlo y entonces lo aguanté un rato para irle limando sus arremetidas, cuando mostró el primer signo de debilidad lo icé hasta mi posición. Era una hermosa lubina que se aproximaba a los dos quilos de peso, esta se había clavado los tres triples del “rapala” y me costó un tiempo precioso liberarla de sus anzuelos, la introduje en mi saca de red, pues el lugar no se prestaba para dejarla sobre las piedras,  sin más dilación volví a lanzar de nuevo, conseguí otra vez un buen y largo lance y al empezar a recoger tuve otra picada muy parecida a la anterior. Cuando la aproximé para sacarla, me pareció ver el lomo oscuro como una sombra de otra que la acompañaba, lancé todo lo rápido que pude y otra picada similar aceleró mi ritmo cardiaco. No daban tregua, las tenia allí y eran todas piezas gemelas, continué “vareando” y raro era el lance en que no señalaba pescado, pero cuando llevaba capturado seis, la última al revolverse tratando yo de desclavarla, torció el gancho de alambre acerado que sirve de sujeción al “rapala”, por el cual se desequilibró y ya no nadaba correctamente. Rápidamente fui a cambiar de señuelo, pero no disponía de otro igual, así que me armé con un “Yo Zury” similar en tamaño y color, pero ya no sería lo mismo. Si antes la cadencia era de tres lances dos lubinas, ahora sería de cinco lances una lubina, no había color.

     Completé la jornada con nueve preciosas lubinas que pesaron dieciséis quilos, y comprendí que el “rapala” era el más pescador de los señuelos artificiales que había en el mercado, lástima que su empleo sea tan limitado en algunas “posturas”. Nunca más fui a pescar sin llevar un par de cada modelo a emplear, la fortuna es una oportunidad que cuando se presenta hay que saber aprovechar.

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