viernes, 10 de mayo de 2013

Relatos de un pescador afortunado: COMPAÑERO SIN SUERTE



                                                       COMPAÑERO SIN SUERTE
                                                                         4-04-98

    Aquel día de abril hacía un tiempo espléndido, la tarde invitaba a ir de pesca. Antes de terminar mi jornada laboral en el puerto ya andaba dándole vueltas a la cabeza para visitar Monteferro esa tarde. Lo que acabó por motivarme fue ver el mar cómo “hervía” en la orilla de la playa “Da Lagoa”, las pequeñas olas conformaban una resaca ruidosa, el mar trabajaba por el fondo creando un suave y acompasado estruendo burbujeante que se integraba en una simbiosis perfecta con la naturaleza. Aquel sonido me cautivó, ese sonido que ahora hace años que no escucho, era el que me ponía en alerta y hacía que mi imaginación se echara a volar para hacerme una composición de cómo el mar trabajaba a kilómetros de distancia, era cómo música celestial, pues me auguraba prácticamente en el cien por cien de las ocasiones en que esta circunstancia se daba, una extraordinaria jornada de pesca, convirtiendo mis sueños en realidad.

     Recuerdo que en la Comisaría del Puerto le comenté la idea de ir esa tarde a pescar a un compañero. Eduardo que también era aficionado a la pesca y, aunque no era esa su especialidad, me confesó que su sueño todavía por realizar era pescar un robalo. Le expliqué que eso era una lotería, que muchos pescadores de caña llevaban años intentándolo sin conseguirlo, que había que ser muy constante y jugar muchas veces para que te tocara la suerte de “clavar” una gran lubina. Al final acabé invitándolo a venir esa tarde conmigo y ayudarle a cumplir su sueño, que si no llegaba a robalo por lo menos que fuera una robaliza de cierta entidad.

     Cuando llegamos al final del sendero, como siempre el mar y Las Estelas parecía que estaban esperando por mí, había como un guiño de complicidad entre aquel lugar y yo, bajamos del Vitara y nos asomamos un momento para analizar las condiciones que se nos ofrecían para el ejercicio de la pesca, y estas eran las ideales, tal y como yo había previsto: mar tendido, rompiendo acompasadamente, marea subiendo, día templado, claro y diáfano…, recogimos nuestros equipos de pesca y bajamos sin más dilación a la postura.

     El mar “pedía rapala”, y creo recordar que montamos una Mágnum de 14 cm., que tiene buen alcance y se defendía bien en aquellas condiciones. Comencé a varear en la postura más cómoda y segura, explicándole a mí compañero cómo debía lanzar y trabajar el artificial. Estuve un rato con él intercalando lances, primero yo y después él y así alternativamente. Los dos empleábamos el mismo sedal y “rapala”, yo tuve la fortuna de sacar un par de piezas, una de ellas ya de una cierta entidad. Después de decirle de broma que si no la pescaba él la pescaría yo, -le decía para convencerlo que allí mismo delante de él había una lubina esperando para atacar el “rapala”-, por más que lo intentaba no le entraba pescado alguno y cuando se me ocurrió lanzar a mí, la fortuna quiso que una preciosa lubina de unos dos kilos mordiera en mí señuelo. Opté por dejarle la postura para él solo, animándolo a seguir intentándolo, pues con un poco de suerte seguro que iba a cumplir su sueño. Me desplacé a otra postura unos metros más a la izquierda, mas incómoda y difícil de trabajar, desde allí controlaba de reojo a Eduardo, esperando que tuviera la picada tan deseada. Mientras tanto yo también continué vareando en mi nueva posición, al cabo de un rato, cuando menos me lo esperaba sentí una monumental picada, el carrete bien regulado empezó a soltar sedal respondiendo a los primeros arreones del animal, apreté el regulador y solté el freno, poco a poco conseguí dominarlo, después de cansarlo un rato lo fui aproximando a tierra, el lugar era problemático y nada cómodo para sacar un animal que rondaba los tres quilos de peso y que luchaba frenéticamente por soltarse del señuelo, tuve que bajar por el, con el consiguiente riesgo de mojadura, lo mantuve un rato bajo mis pies, esperando la oportunidad para cogerlo, cuando estaba agachado sujetándolo, sentí la voz de mi compañero que al parecer se había cansado y se había desplazado para acompañarme, ni cuenta se había dado de mi peripecia. Recuerdo que me dijo al llegar, ¿no me digas que tienes algo ahí?, y claro que tenía, le puse el pescado a sus pies, causándole un gesto de asombro. Después de un rato comentando el lance le animé a intentarlo de nuevo, con ánimos renovados seguimos intentándolo pero ya no conseguimos nada, fue una pena pero Eduardo no tuvo suerte ese día.

No hay comentarios:

Publicar un comentario